viernes, marzo 28, 2008

Elvira Lindo



Los de Moratalaz somos grandes.
Alejandro Sanz, no estás incluido, lo siento.

miércoles, marzo 26, 2008

Rafael Azcona



Seguro que si el vídeo durara otras tres horas seguiría siendo interesante.

domingo, marzo 23, 2008

Manuel Vicent - Cerezos

MANUEL VICENT 16/03/2008

Desde tiempos muy remotos en Japón la floración de los cerezos se celebra como un gran acontecimiento espiritual. Es la fiesta del hanami. Llegado el momento los medios de comunicación la incluyen en el parte meteorológico como un fenómeno más de la naturaleza y la señalan por regiones con un puntero sobre el mapa. Oleadas de gente se concentran en el campo y en los parques para comer, bailar y amarse bajo estas flores efímeras cuya belleza y brevedad constituye el símbolo de los días más felices de una vida. Hasta hace poco en nuestro país los cerezos florecían a su aire al llegar la primavera. Algunos valles se cubrían de flores rosas y blancas, que sustituían a la nieve cuando empezaba el deshielo y éste era un suceso casi secreto, que sólo conocían los campesinos del lugar y degustaban las abejas. De un tiempo a esta parte, la floración de los cerezos se ha convertido también aquí en objeto de degustación colectiva. Dentro de unos días en las carreteras del valle del Jerte se va a producir un gran atasco de coches. El conductor despistado podrá pensar que se debe a un grave accidente que ha sucedido varios kilómetros más adelante, pero llegado al punto crucial no verá ambulancias, ni automóviles aplastados ni cadáveres en la cuneta tapados con plásticos, sino un millón de cerezos que han florecido de forma explosiva y simultánea. Hasta hace poco éste era un espectáculo sólo para iniciados en la espiritualidad oriental, la cual establece que para sanar no existe mejor milagro que el de la primavera. Sorprenderse vivo en medio de este esplendor en la soledad del valle, es lo más parecido a la inmortalidad. Pero hoy esa experiencia ya es turística. Ir a ver flores es una nueva meta de peregrinación. Este año, en medio de Semana Santa, florecerán los cerezos en los valles propicios y habrá que elegir entre presenciar el paso de vírgenes llorosas y cristos llagados de las procesiones o extasiarse ante este prodigio de la naturaleza. La primavera es también una línea de resistencia moral en el combate contra la iniquidad. El hecho de que un formidable atasco en la carretera se deba, no a la muerte, sino al breve milagro de los cerezos en flor, por un momento puede purificar a la sociedad de algunas de sus miserias.

sábado, marzo 15, 2008

The Chemical Brothers - Where do i begin

Sunday morning i'm waking up
Can't even focus on a coffee cup
Don't even know who's bed i'm in
Where do i start
Where do i begin

domingo, marzo 09, 2008

Enric González - Hijos

ENRIC GONZÁLEZ EL PAÍS - 09/03/2008

El monólogo es un género delicado, de gran fragilidad. No debe confundirse con el soliloquio, que consiente cualquier rudeza o extravío porque no se dirige, en teoría, a nadie: la persona habla para sí misma, extraviada en los meandros de su pensamiento. Con el monólogo, en cambio, se apela a un oyente silencioso. Se le invoca, se le explica, se le exige, sin contar con la guía de sus respuestas. El monologuista debe, en cierta forma, introducirse en la mente de quien escucha.

En su forma más elemental, el monólogo puede asumir la forma de una arenga. Un ejemplo, Napoleón en Egipto, antes de la batalla contra los mamelucos: "Soldados, desde estas pirámides 40 siglos os contemplan". Puede ser también discurso político, con el ánimo de convencer o manipular a las masas. Es célebre el que Shakespeare pone en boca de Marco Antonio, en Julio César: "Amigos, romanos, compatriotas, escuchadme: he venido a enterrar a César, no a ensalzarlo".

A veces es a un tiempo arenga, discurso político y lección moral, y alcanza su calidad más elevada. En ese caso, cada palabra cuenta. Basta un error, un término falso, un sonido impostado, y el edificio verbal se viene abajo. Hace falta un perfecto equilibrio.

No es frecuente contemplar en televisión un monólogo de calidad. Cuando ocurre, el resto de la emisión se desdibuja: ruidos grabados, imágenes electrónicas, simple rutina industrial. Ayer se produjo uno de esos raros momentos.

El monólogo de Sandra, hija mayor de Isaías Carrasco, asesinado por ETA, fue una muestra de claridad, concisión, rigor y altura moral. Agradecimiento, recuerdo y mensaje, sin una letra superflua.

Personalmente, admiro las piezas oratorias breves y tersas, de alcance universal. El monólogo de Sandra tenía el respiro enjuto del verso octosílabo y desembocaba, como exige el canon, en una frase esencial, un pie quebrado solemne: "Son unos hijos de puta". Impecable.

viernes, marzo 07, 2008

miércoles, marzo 05, 2008

Manuel Rodríguez Rivero - Leer por haber leído

Leer por haber leído

MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO 05/03/2008 EL PAÍS

Hace años, Umberto Eco publicó una divertida columna en la que comentaba una encuesta realizada a intelectuales italianos acerca de los libros importantes que nunca habían leído. Además de novelas de Proust, Joyce o Virginia Woolf, por citar algunas reiteradas ausencias entre los modernos del canon occidental, había catedráticos de literatura que declaraban no haber podido con El Quijote, filósofos que guardaban intonsa la Metafísica de Aristóteles, o teólogos que nunca habían bebido en la Suma Teológica. Más allá de esos acuciantes volúmenes, ahora tan de moda, acerca de "todo lo que hay que leer", la confesión de lo que no ha leído alguien a quien se atribuye autoridad produce un efecto balsámico: si fulanito, que es quien es, todavía no le ha hincado el diente a Guerra y paz, no estoy perdido. La encuesta daba pie a Eco para afirmar juiciosamente que la ansiedad ante lo que no se ha leído sólo puede producirse entre lectores. Los no lectores radicales -ese 43,1% de nuestras encuestas- no se angustian: no tienen por qué.

En realidad no deberíamos sentir ansiedad ante la inmensidad de lo que no hemos leído. Según el historiador Anthony Grafton, y tal como calculan (un tanto perfunctoriamente, al parecer) los agentes digitalizadores de bibliotecas, el número de títulos publicados a lo largo de la historia podría oscilar entre 32 y 100 millones. Suponiendo que una persona corriente tardase cuatro días en leer un libro "de tamaño mediano" (para entendernos: ni El extranjero ni El hombre sin atributos, por citar sólo ejemplos narrativos), al cabo de una vida lectora de 65 años, sólo podría haber leído 5.931. En el fondo, una miseria.

He pensado en ello a partir de dos anécdotas diferentes. La primera se refiere a la sorpresa de algunas personas a propósito de un artículo publicado en Babelia en que Antonio Muñoz Molina confesaba estar leyendo por primera vez (ahora no cesa de releerlo) Bajo el volcán, uno de esos libros reputadamente "imprescindibles" para el bagaje de cualquier persona culta, especialmente si se trata de un novelista. Muñoz Molina es uno de los lectores más impenitentes y omnívoros que he conocido, uno de esos individuos que, como confesaba Cervantes en una de sus incursiones autobiográficas en El Quijote, es "aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles". Y si no le faltaran todavía abundantes lecturas "imprescindibles" probablemente se moriría de aburrimiento. De manera que disfruta descubriéndolas.

La otra tiene que ver con la ternura que me ha producido encontrar (el soplo me lo dio The New Yorker), colgada en la página oficial de Art Garfunkel, la lista detallada de los -atención- 1.023 libros que el cantante y actor ha leído desde junio de 1968 hasta 2008 (2,16 al mes, por cierto). Una lista heterogénea -como debe ser la de todo lector felizmente no especializado- que el personaje ha decidido, orgullosa e infantilmente, poner a disposición de sus fans.

Leer es haber leído, decía el olvidado hispanista Leo Spitzer. Cuanto más leemos, mejor sabemos hacerlo y mayor es nuestro disfrute. Además, no todos leemos igual. Como antiguo editor obligado a leer durante años con ojos discriminadores y velocidad de vértigo multitud de obras que -¿cómo decirlo?- jamás figurarán en ningún canon, tuve que reaprender a leer por placer cuando cambié de oficio. De manera que tardé un tiempo en volverme a sentir soberano de mis lecturas. Reconozco que con las "fieras del tiempo" acechándonos y con esos 223 minutos diarios ante el televisor que consumimos de media los españoles, leer obras maestras se ha puesto complicado. Pero ahí siguen, esperando para entregarse a quienes las encuentren, con o sin recomendación. Yo no paro de rellenar huecos, afortunadamente. Y mi biblioteca, como decía Zaid que decía Gaos, todavía tiene mucho de proyecto de lectura.