lunes, abril 28, 2008

La tarde redonda del joven Marías

La tarde redonda del joven Marías

JUAN CRUZ - Madrid - 27/04/2008 - EL PAÍS

El escritor Javier Marías entra en la sala flanqueado por los últimos académicos en ingresar en la RAE, Pedro García Gutiérrez (izquierda) y Salvador Gutiérrez, momentos antes de la lectura de su discurso de ingreso en la Real Academia.- EFE

Cuando Ian Michael, el profesor de Oxford que escribe novelas españolas con el seudónimo de David Serafin, me dijo anoche, al entrar en el salón de actos de la Academia, que esperaba que "nuestro Rey" se hubiera vestido bien para la ocasión, me pasó por la cabeza la idea de que a lo mejor Don Juan Carlos asistiría a esta inauguración de Javier Marías como miembro de la Real Academia Española de la Lengua.


Pero, claro, en seguida caí en la cuenta: Ian Michael esperaba la entrada de su Rey, y su Rey es el Red de la Isla de Redonda, Xavier Marias, o Javier Marías, soberano de un territorio literario y real que él ha convertido en símbolo y metáfora de un conjunto de personas que ya se consideran amigos y por tanto súbditos del autor de Negra espalda del tiempo.

Así que Ian Michael esperaba al Rey de Redonda, y allí estuvo Javier Marías, risueño, metido dentro de su impecable traje de académico, caminando hacia un estrado que su padre, el filósofo Julián Marías, ocupó durante más de cuarenta años y en el que él, desde anoche, tiene el mismo sitio que tuvo Fernando Lázaro Carreter, a quien el nuevo académico dedicó el homenaje que se merece el recordado filólogo por su ingente labor a favor de la modernidad de la Academia, continuada sin desmayo por Víctor García de la Concha.

Iba a ser una tarde redonda para Javier, y para muchísimos de los amigos que acudieron a la sede de Felipe IV a cumplir con un rito que es mucho más simbólico, y más cálido, que una simple sesión solemne. Fernando Savater, que estaba allí, en las primeras filas, hizo con la palabra Redonda, o redonda, el juego de palabras que siempre dibuja con la cálida maestría de un amigo que nunca envejece: “¡Será una tarde redonda para Javier!”.

Lo hubiera sido del todo del todo si el Real Madrid, el equipo de Javier, hubiera ganado –ya— la liga; pero fue una tarde grande, hermosa y central en la biografía de Marías, por muchísimas razones. Le respondió Francisco Rico a su discurso sobre la dificultad de contar, y Rico, que sufrió de carraspera como si estuviera al principio de un examen de alto grado, y aun así hizo gozar de su esgrima, situó a Javier en el inicio de esa autobiografía. Le conoció en casa de Juan Benet, en la calle Pisuerga, 7, de Madrid; allí iba Javier cuando aún era un adolescente, y allí se fue fraguando su primera relación seria y constante con la literatura.

Y de ahí, de aquel entonces, proviene una manera de ser, la de Javier Marías. Esa referencia a Benet, que él inició en su discurso de ingreso y que luego corroboraría Rico en su respuesta, tenía un correlato en la sala, en la presencia de los hijos y la hermana de Juan, en Jaime Salinas, en Antonio Martínez Sarrión, en Javier Pradera, en todos aquellos que, sentados ahora en los sillones rojos del salón de actos, asistían al encuentro del discípulo con la historia de sus mayores, los que no están y los que siguen estando.

Javier Marías es un escritor total, un escritor de memoria y un escritor de fábulas y de memorias; su reflexión sobre lo que hay detrás de la ficción (o de la literatura) tiene que ver con el inicio de aquella educación sentimental que tuvo en su padre un gozne espiritual muy bien trabado, muy hondo, y que guarda de Benet una autoexigencia que cambió –lo dijo bien Rico, en su discurso—la manera de ser de la literatura de los 70, que aun hoy marca una novedad en la actitud literaria española.

En la esgrima que se lanzaron el nuevo académico y el académico veterano había esa complicidad, ese juego dialéctico que Benet propició y que subyace en la inteligencia literaria de Javier Marías como una herencia que es también la herencia íntima de una actitud. Allí estaban, escuchándole, conocedores de toda esa historia, gente como Emilio Lledó, o como Gregorio Salvador, o como Álvaro Pombo, o como Arturo Pérez-Reverte, colegas suyos de la Academia y éste último cómplice de aventuras y de guiños a través de las empresas periodísticas que más les han juntado; y allí estaba la Academia, recibiendo a Marías. Le dijo Rico: “¿Qué puede darte en adelante la Academia?” Y se respondió el ilustre petrarquista, recuperando el aliento de una pertinaz carraspera: “Mirarás de otro modo la negra espalda del tiempo”. Lo que es seguro es que la Academia ha visto entrar, esta tarde redonda para Javier Marías (¡más redonda hubiera sido si el Madrid ya hubiera ganado la Liga) un escritor de veras, hondo, decisivo, que nace de la exigencia de una generación que ahora le contempla como si aun fuera, en efecto, y lo es, el joven Marías.

Javier Marías ingresa en la Academia

Marías defiende que sólo la novela relata "sin objeciones ni cortapisas"

MIGUEL ÁNGEL VILLENA - Madrid - 28/04/2008 - EL PAÍS.

Dijo el académico Francisco Rico, encargado de contestar el discurso de ingreso de Javier Marías (Madrid, 1951) que el nuevo miembro de la Real Academia Española (RAE) había empezado su parlamento "con una confesión de humildad y lo ha acabado con una manifestación de arrogancia". La citada arrogancia radicó en que el autor de Mañana en la batalla piensa en mí o Corazón tan blanco defendió que el novelista "es el único facultado para contar cabalmente, a diferencia de los ya mencionados cronistas, historiadores, biógrafos, autobiógrafos, memorialistas, diaristas, testigos y demás esforzados de la narración abocados a fracasar".

Como fuerza y sentido de la ficción literaria, Marías argumentó en su discurso ante más de 300 personas: "Necesitamos saber algo enteramente de vez en cuando, para fijarlo en la memoria sin peligro de rectificación. Necesitamos que algo pueda contarse a veces de cabo a rabo e irreversiblemente sin limitaciones de zonas de sombra o sólo con aquellas que el creador decida que formen parte de su historia. Sin posibles correcciones ni añadidos ni supresiones ni desmentidos ni enmiendas. Y lo cierto es que sólo podemos contar así, cabalmente y con sus incontrovertibles principio y fin lo que nunca ha sucedido".

A las siete en punto de la tarde, en el impresionante salón de plenos de la RAE y bajo la presidencia de la ministra de Educación, Mercedes Cabrera; y del titular de Cultura, César Antonio Molina, el escritor madrileño había comenzado su intervención con una interrogación sobre el papel de los novelistas. Utilizó Marías una cita de Robert Louis Stevenson para calificar de "pueril tarea" la actividad de los creadores de ficción y manifestó ante los académicos reunidos: "No sé cuál es el criterio que los lleva a ustedes a admitir en el seno de su digna institución a algunos novelistas. En realidad, se me hace difícil entender que admitan a cualquier novelista". Javier Marías había titulado su importante discurso Sobre la dificultad de contar. De hecho, una buena parte de su intervención, que leyó en una hora, estuvo dedicada precisamente a subrayar los obstáculos que impiden relatar una historia, cualquier historia, de un modo objetivo, completo e indiscutible. Evocó el nuevo académico incluso sus tiempos de traductor y de profesor universitario para concluir que "la traducción es imposible, si nos ponemos muy estrictos o muy teóricos, ambas cosas vienen a ser lo mismo".

Hasta tal punto llevó el nuevo académico su reivindicación de la novela que se preguntó en voz alta "¿por qué estamos familiarizados con seres que no han existido, en mucha mayor medida que con los que sí cruzaron el mundo y pudieron dejar su huella?" Contestó Javier Marías con ejemplos como el Cantar del Mío Cid o las obras de Shakespeare donde los personajes de ficción han pervivido, a lo largo de los siglos, con más fuerza que los individuos reales. "Quizás sea eso", manifestó, "lo más llamativo: que las figuras históricas parezcan borrarse y desaparecer para la gente en general a menos que un literato, o también hoy un cineasta, se molesten en imaginarlos y ficcionarlos".

Como uno de los ejemplos más sobresalientes de esta paradoja, el novelista citó el caso de la expedición de Lope de Aguirre en busca de El Dorado y hasta qué punto eran hoy del todo irrelevantes los relatos de sus contemporáneos. En cambio, una "excelente novela" como La aventura equinoccial de Lope de Aguirre, de Ramón J. Sender, o una película como Aguirre, la cólera de Dios, del alemán Werner Herzog, habían prolongado la figura del aquel visionario conquistador a través de los tiempos. En esa línea situó también Marías la novela Un día de cólera, del también académico Arturo Pérez-Reverte, sobre la sublevación del 2 de mayo de 1808 en Madrid contra las tropas francesas que equiparó con los episodios nacionales de Benito Pérez Galdós.

El nuevo académico, que ocupará el sillón R que dejara vacante el fallecimiento de Fernando Lázaro Carreter, tuvo palabras de agradecimiento tanto para Pérez-Reverte como para Gregorio Salvador y el desaparecido Claudio Guillén, que fueron los proponentes de su candidatura a la Real Academia Española. Javier Marías ingresa en una institución a la que perteneció durante más de 40 su padre, el filósofo y ensayista Julián Marías. El nuevo académico recordó que había ficcionalizado la figura de su padre en una reciente novela, bajo el nombre de Juan Deza. Al hilo de toda la línea argumental de su discurso mostró su temor y el de sus hermanos a que en el futuro se recuerde más al trasunto literario del famoso filósofo que a la persona real.

"De suceder así", comentó Javier Marías con una ironía desplegada a lo largo de todo su parlamento, "ya no sé si le habría hecho un favor o causado un perjuicio".

viernes, abril 25, 2008

Portishead

Todavía no ha sido editado el nuevo disco de Portishead, Third, pero ya se puede escuchar en varios sitios.
Creo que es un disco que poco a poco va ganando enteros, evidentemente no es Dummy, pero es un buen disco.
Aquí cuelgo una filmación del disco entero tocado en directo.


martes, abril 22, 2008

Las Benévolas















Después de haber leído referencias sobre la calidad literaria del último premio Goncourt, que además recibió la medalla de oro de la Academia Francesa, estuve tiempo esperando la traducción del mismo al castellano. Era curioso que un autor nacido en Nueva York, con nacionalidad francesa y residente en Barcelona, hubiera escrito un libro sobre un oficial de las SS, encargado de la organización del exterminio nazi. Las reseñas que llegaban del libro eran estupendas, ahora no recuerdo dónde las leí, pero tenía muchas ganas de hacerme con el mismo y poder opinar. La edición española no llegó hasta octubre del 2007, me lo regalé por mi cumpleaños e inicié su decepcionante lectura.

Es cierto que es un libro ambicioso, el inicio es cautivador, con la confesión del oficial nazi convertido en un respetado empresario francés de su total fatal de sentimiento de culpabilidad por las acciones que realizó durante la guerra.

La aparición del personaje en la vorágine del frente ruso es muy cinematográfica, en la senda establecida por Spielberg en Salvar al Soldado Ryan, ya que, después de un inicio calmado, nos vemos dentro del caos de la guerra, rodeados de movimientos de tropas, de ruido de bombardeos, etc, en fin lo que ya tenemos dentro de nuestros subconscientes cuando nos imaginamos una acción bélica.

A partir de ahí, el libro pierde gran parte del interés, y te asusta la perspectiva de casi 1.000 páginas. Hay pasajes que se leen del tirón, con una fuerza cautivadora. El principal mérito del libro (ayer había un artículo en El País que hablaba de la fuente que Littel había usado como ejemplo a seguir) es el tono frío, calculador, metódico, exhaustivo en los datos y en las fuentes, un poco agotador en los nombres y en los rangos de los militares y miembros de las SS. Relata cómo los nazis, con la guerra perdida, o incluso cuando parecían que la tenían ganada, dedicaban un esfuerzo material y personal enorme con el fin de lograr la Solución Final. Es trágico cómo al final de la guerra se debatía la ración justa que debía tener un prisionero del campo de concentración en función de su labor y origen; más ración si era simplemente extranjero e iba a ser empleado como mano de obra o una mísera ración si era judío, trabajara o no.

Decía Muñoz Molina, a propósito de La Lista de Schindler, que los momentos más terroríficos de la película era cuando los nazis desplegaban su burocracia, cuando ante cualquier tren con destino a los campos, o ante cualquier registro de viviendas, lo primero que se desplegaban eran los oficinistas con máquinas de escribir dispuestos a clasificar y hacer listas. Pues bien, en este punto es donde la novela alcanza sus mayores aciertos. En cambio, cuando el protagonista describe sus relaciones afectivas o sexuales, o en largos, larguísimos pasajes donde cuenta sus delirios febriles, Las Benévolas es un libro incoherente, alargado, aburrido, sobrevalorado.














Y la pena es que el tono de estas partes prima hacia el final de la novela y hace que el regusto que queda al terminar la lectura sea decepcionante, con un final, que después de 975 páginas se ve atropellado y mal resuelto. En esta viñeta, y para los impacientes, hay una descripción auténtica de una escena del final; parece mentira que tras la lectura de la misma a alguien se le haya ocurrido siquiera nombrar a este libro candidato a algún premio.

Por cierto, el libro se estructura según las distintas partes de un concierto barroco, pero mis conocimientos musicales no llegan a entender las diferencias de tono entre las distintas partes, aunque creo que es una división totalmente artificial.

Como más de una vez he comentado con Amador, me he equivocado de libro gordo sobre la II Guerra Mundial.


Crítica en El País.

Entrevista de Jesús Ruiz Mantilla.

Crítica en El Mundo.

martes, abril 15, 2008

Un héroe de barrio - Elvira Lindo

Por dar un poco de vida a este blog, un artículo estupendo que suscribo al cien por cien.
Por cierto, el cine Moratalaz desapareció hace años.

Un héroe de barrio

Elvira Lindo 13/04/2008

Los fanáticos son más felices que los moderados, sea cual sea la ideología en la que está instalado su fanatismo. Esta afirmación forma parte de un estudio sobre la felicidad publicado en The Economist. Lo comparto absolutamente. Moderado es la palabra basura del diccionario político. El militante de izquierdas tenía (y tiene) por costumbre despreciar a los moderados; el de derechas pensaba (o piensa) que los moderados de izquierdas querían robarle su espacio natural. El moderado fue, y sigue siendo, el payaso que se lleva las bofetadas. Ya no digamos en el mundo de la cultura, donde cualquiera se define a sí mismo como un radical. Transgresor es la palabra clave. La pregunta eterna es: ¿cómo puede uno definirse a sí mismo como transgresor y que no se le caiga la cara de vergüenza? La respuesta está cada mañana al abrir el periódico, donde el lector se topa, sobre todo en las secciones de cultura, con varios autodefinidos transgresores. Al autodefinido transgresor nadie le pregunta cómo se compagina semejante transgresión con el estar enrocado, como un mejillón, a la cultura oficial y a la rebeldía subvencionada. Nadie le dice: "¿A usted no le parece sospechoso que su transgresión entusiasme a todo el mundo?". Ah, pero es que ese "todo el mundo" que asiste embobado a los espectáculos del transgresor también quiere sentirse parte de la parroquia transgresora. Todo esto, en fin, es muy antiguo. Hay más cosas en ese estudio que dan que pensar. Por ejemplo, la teoría de que los padres son más felices cuando cuentan las hazañas de sus hijos que cuando hablan con sus hijos. Es decir, que cuando disfrutamos verdaderamente de la vida es en ese momento en que, dejando en casa a unos niños gordos y felices, nos vemos libres de ellos al menos durante unas horas. La verdad duele: si los padres hablan sin parar de sus hijos durante una cena con amigos, no están probando su nostalgia, sino su felicidad. O tal vez sea que la infancia de los hijos se disfruta menos en el presente que en el recuerdo. A costa de engordar el mito de la cercanía y la comunicación entre padres e hijos, los padres de mi generación hemos vivido agobiados, llenos de culpabilidades, y hemos creado un pequeño ejército de reprochadores, que a la mínima sacan a relucir aquel día en que no fuiste a verle hacer de árbol en el belén viviente. La generación de mis padres fue infinitamente más feliz en ese sentido. Los niños aún nos pasábamos el día en la (puta) calle y las madres vivían en constante felicidad hablando sobre sus hijos con otras madres. Confieso que yo también me intenté apuntar a la generación del reproche hasta que comprobé que a mi padre el reproche no le hace mella: él lo hizo, no bien, superlativamente bien. Yo soy el resultado. Juzguen. A lo que iba, dado que los pensamientos establecen lazos caprichosos, el estudio sobre la felicidad de los padres me condujo a mis propios recuerdos, que son fundamentalmente callejeros. Los pasos del recuerdo me llevaron a esos viernes en los que mi mamá y las mamás de mi barrio disfrutaban de la vida gracias a que un cine de proporciones granvíescas, llamado, sin tonterías, cine Moratalaz, albergaba a cientos de niños que nos tragábamos la sesión doble, con un entusiasmo que muchas veces no estaba relacionado con la película en sí, sino con el nivel de escandalera que una chorrada que apareciera en la pantalla despertara en ese público gritón y gregario. De todas formas, a veces se hacía el silencio. El silencio de los niños es el más tremendo de todos los silencios porque, amando como aman el ruido, sólo renuncian al bullicio cuando algo les trastorna, les emociona o les atemoriza. A veces, digo, se hacía el silencio. Uno de esos silencios memorables lo provocó El planeta de los simios, que vi varios viernes, porque ésa era otra, las películas se repetían. ¿Y qué? La pesadilla del coronel George Taylor en aquel mundo dominado por unos simios rencorosos nos encogía el corazón y volvíamos a casa dominados aún por la poesía de ese final en el que Charlton Heston encuentra la estatua de la Libertad semihundida en la arena de la playa. Es ese tipo de argumentos que vuelven a los niños filósofos, y habría que estar ahí para testificar lo que sale de esas cabezas conmovidas. Ése es mi gran recuerdo, compartido con tantos, del actor de mandíbula poderosa y envergadura de héroe de otro tiempo. Era el hombre que provocaba desazón a los niños, pero también una íntima esperanza de que en sus manos la humanidad se salvaría de su desastre. Si ese hombre hubiera muerto en los primeros setenta, se le habría recordado por eso y por ser un activista de los derechos civiles de los negros; si hubiera muerto en los noventa, por eso y por liderar la defensa de las armas de fuego (que aquí tienen una connotación cultural sobre la que habría que escribir alguna vez en serio), pero ha muerto después de que el megalómano de Michael Moore le faltara al respeto en su triste vejez desmemoriada. Todo para alegría de miles de pacifistas del mundo que, en su versión más fanática, entendían que la falta de piedad está justificada si se trata de defender la causa. Definitivamente, la felicidad es cosa de fanáticos y puede ser el sentimiento más cruel.

miércoles, abril 02, 2008

Lecturas para una crisis

En una crisis como la que parece se avecina, en la que los juegos financieros han arrastrado a toda la economía, aquí van algunas lecturas para entender un poco qué ha ocurrido.
Una es un blog recien descubierto, del autor (creo) del casi desaparecido pierrenodoyuna. EL blog se llama Lealtad, 1, la dirección de la Bolsa de Madrid, y tiene entradas como ésta:

Y, ahora, subvenciones

Nuño Rodrigo (28-03-2008)

Ramón María del Valle-Inclán, homenajeado ayer en Madrid en virtud de la celebración del día del teatro, estaría ciertamente orgulloso como creador del género o el estilo esperpéntico. Pues esperpéntico es el espectáculo que ofrecen ciertas asociaciones empresariales que abogan estos días por subvencionar el sector del ladrillo. Exprimida ya hasta el límite la capacidad adquisitiva -en lo que a vivienda se refiere- de gran parte de la población, toca que el precio de las casas se sostenga de forma indirecta, es decir con impuestos.

Ayer la patronal sevillana del sector pedía subvenciones a las hipotecas para recuperar el ritmo de ventas de inmuebles, y el mismo día una patronal de empresas de ingeniería pedía que se introdujesen desgravaciones -es decir, subvenciones- a la compra de la segunda vivienda. ¿Y por qué no a la compra de la tercera, cuarta o quinta?

El Gobierno en funciones puso un poco de cordura al señalar que descarta reactivar el sector inmobiliario con deducciones fiscales. Deducciones que servirían exclusivamente para cubrir de forma artificial el hueco entre la oferta y la demanda y sostener el precio, con el agravante de que seguirían complicando el acceso de los ciudadanos a un bien de primera necesidad. La deducción a la compra de vivienda se va, en un mercado de oferta muy poco elástica, al precio. Y si merece la pena desgravar algo, dice la teoría, es para incentivar la toma de ciertas decisiones susceptibles de beneficiar al conjunto de la sociedad.

Es preocupante, además de esperpéntico, pues, confiar el futuro económico a una tendencia eternamente alcista de los precios. En realidad, es justo al contrario. El sector sólo se puede reactivar desde una demanda que, a los precios actuales, está agotada, pero en ningún caso a niveles algo inferiores. Una caída de precios que limpie el stock de viviendas sin vender permitiría retomar antes el ritmo de construcción. No llegaría a los niveles de 2006, pero es preferible un escenario de recuperación de la actividad y caída de precios a otro de estancamiento de ambas variables a lo largo del tiempo cuya única ventaja apreciable sería la de garantizar las plusvalías de aquellos que compraron suelo caro a destiempo. ¿Hay algo más esperpéntico que subvencionar la especulación?

Otro texto es éste, y es una explicación cronológica de la gestación de la crisis. En algún momento me pierdo, pero es muy interesante.