En verano, El País suele hacer un suplemento con colaboradores interesantes.
Últimamente no me da tiempo a leerlo, y además me parece menos atrayente, me aburren algunos (muchos)de los articulistas, en parte porque se meten a escritores gente de televisión o de otras disciplinas que no tienen la misma capacidad que un escritor habitual. Esto pasa bastante a menudo, gente muy competente en un medio que pasa a otro y demuestra lo difícil que es cualquier disciplina a la que no se está habituado. Gomaespuma tienen poca gracia en sus libros, por mostrar un caso.
Pero el año 2001 tuvo una colaboración muy divertida. Sergi Pàmies escribía artículos "a la manera" de alguna firma conocida.
Se lo comenté a Amador y creo recordar que él no recordaba esas "imitaciones"
Ahora que El País ha abierto su hemeroteca, he podido localizarlos y pego aquí dos ejemplos, quizá de los que mejor conozco el estilo.
A la manera de Javier Marías.
SERGI PÀMIES 31/08/2001
La traductora de mis libros al sánscrito me ha escrito una carta en la que se muestra indignada por el hecho de que no me hayan incluido entre los escritores imitados en una columna que perpetra en esta página Sergi Pàmies, conspicuo culé culpable de publicar la traducción castellana de sus libros en una empresa dirigida por un editor malvado. No quisiera parecer presuntuoso ni iniciar otra de las agotadoras reyertas en las que suelo enzarzarme con púgiles de distinta pegada, ni que esto suene a pataleta de solterón merengue, pero lo cierto es que, de entrada, comparto la opinión de mi traductora respecto a esta desalmada marginación. No sé a ustedes, pero que tipos como Jiménez Losantos, que alimenta un odio hacia EL PAÍS digno de villano de película de Orson Welles, o que un ex censor presunto plagiario merezcan la atención de dicha columnita no deja de parecerme otra prueba del naufragio que sufre una empresa con la que, a tenor de los hechos, tendré que replantearme seguir colaborando. Pase que su sección de cultura silencie las buenas noticias que tengan que ver conmigo, pase que, por bellaquería o voluntad de escarnio, se tergiversen mis discrepancias con uno de los -no recuerdo cuál- hermanos Goytisolo, pase que se minimice la influencia de Juan Benet en la mejor literatura actual y que, con una viscosidad similar a la del café que servían en la Senior Common Room de la Universidad de Oxford, algún oportunista se arrime a mi sombra para que le cobije. Nada de eso me afecta. Lo que más me solivianta es que este suplemento renuncie a contar con, por ejemplo, mis recuerdos sobre los veraneos de mi familia en Soria, mis opiniones sobre los guiris o un ensayo sobre la falta de aire acondicionado en la obra de Faulkner. Sería falsa modestia negar que me habría gustado escribir en la Revista de Agosto, junto a Elvira Lindo, pero, pensándolo mejor, me ahorraré el berrinche y llegaré a la conclusión de que, de la misma manera que es un honor contar entre mis enemigos con los Querejeta en pleno y entre los que echan pestes sobre mí con críticos que aspiran a ser Vladimir Nabokov y se quedan en Jesús Mariñas, también lo es no participar, ni por la vía de la imitación, en esta enésima maniobra de la mafia catalana que mangonea EL PAÍS y que tiene en Pàmies, catalán converso y de adopción, al más mediocre de sus esbirros.
A la manera de Elvira Lindo.
SERGI PÀMIES 05/08/2001
Un mal momento lo tiene cualquiera. Mi santo y yo habíamos salido en nuestro utilitario a celebrar que hace un año que circula sin la L y nos dio por rememorar viejas batallitas. Ya saben: un aquí te pillo aquí te mato tarareando el qué difícil es hacer el amor en un Simca 1000 de cuando la movida madrileña y tal. Estábamos probando el elevalunas ante una señal de prohibido aparcar cuando nos cortó el rollo una pareja de la Benemérita. Mi santo es andaluz y, en presencia del cuerpo, no puede evitar pensar en Federico.
A mí me pasa lo mismo con el toro de Osborne: cada vez que veo uno, me llevo la mano a la petaca. A lo que íbamos: uno de los agentes nos pidió los papeles. Yo me olía la multa o, peor aún, tener que soplar. Pero Dios es grande y el agente me miró fijamente y díjome: '¿Usted es la del Lecturas, verdad?'. Noté que a mi santo le dolía que me hubieran reconocido y a él no. Él, que, sin tregua, limpia, fija y da esplendor a nuestra destartalada lengua. Y recordé el día que me propusieron salir en el Lecturas y el debate que, a continuación, tuvimos en casa. Ríanse de La clave de Balbín. 'En peores garitas has hecho guardia', me dijo con agrio ardor guerrero uno de nuestros hijos. Yo veía que a mi santo no le gustaba que compartiera papel couché con obregones y lecquios. Por eso insistí. A veces la vida de pareja requiere de esos pulsos. Si cedes, te tocará sacar la basura todos los días o perderás tu cuota parte de multipropiedad sobre el mando a distancia.
Al final, impuse mi aparición en el Lecturas y, la verdad, me ha dado más prestigio que un documental en Arte o que una mala crítica en Babelia. En el barrio me tratan como si fuera Tita Cervera y en la cola del pan me ceden la vez como a Ana Botella. La única condición que me puso mi santo es que en la foto saliera junto al Capitán Haddock tamaño natural que tenemos en la entrada para disuadir a los mormones y a los Testigos de Jehová.
Total: no nos pusieron la multa. Para celebrarlo, mi santo y yo nos gastamos el importe de la misma en una mariscada que resultó gastroenterítica en lugar de afrodisíaca. El médico que nos atendió en el servicio de urgencias no se parecía a George Clooney y, además, no me reconoció. A mi santo, en cambio, sí. '¿Usted es Javier Marías, verdad?', le preguntó mientras yo miraba a ver si había algún paparazzi de ¡Hola! a mano para, nunca mejor dicho, inmortalizarnos.
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